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Aula de Literatura J.A. Gabriel y Galán

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Presentación. Isaac Rosa

25 Miércoles Ene 2006

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1. Hay ocasiones en las que me gusta equivocarme, y me refiero a esas en las que, a la hora de la verdad, la realidad acaba por rebatir mis prejuicios y tiene, además, la generosidad de regalarme un placer inmerecido, ocasiones en las que reconocer que uno se ha equivocado se convierte en un acto gozoso. Por eso no tengo empacho alguno en comenzar esta presentación reconociendo un completo error, y me refiero a la enorme desgana con la que acudí a la lectura de El vano ayer, la celebrada y por tres veces premiada novela de Isaac Rosa sobre la represión policial franquista. Durante meses encontré en las librerías su portada y, en los periódicos, reseñas favorables, halagüeñas, que la hacían apetecible y prometedora, a pesar de lo cual me resistí aún durante algún tiempo a leerla. Por usar palabras que el propio Isaac nos ofrece en esa novela, diré en mi favor que «el lector inquieto se desentiende con fastidio ante la enésima variación –pequeña variación, además– de un tema viejo». Me explico: uno no ha leído ni de lejos todo lo publicado sobre nuestro pasado inmediato, ése que conforma la compleja secuencia república-guerra civil-franquismo-transición, pero es tamaña la oferta, tal la cantidad de libros que de forma continua saltan a los escaparates aproximándose a ese tema, que uno tiene una cierta sensación de hastío, de escepticismo frente a lo que esas nuevas obras puedan aportar de nuevo, sensaciones reforzadas por la impresión de que muchas de ellas, al fin y al cabo, giran en torno a un número limitado de tópicos que no me molestaré en enumerar pues ya lo hace, con precisión e inteligente ironía, el propio Isaac en las páginas 15 y 16, o en la 59, de su novela –no es que quiera escamotearles información remitiéndoles, de forma genérica, a las páginas de un libro que quizá algunos no hayan leído. De lo que trato, precisamente porque quizá algunos aún no lo hayan leído, es de invitarles sutilmente a su lectura–.

2. Pero hemos comenzado casi por el final, porque la trayectoria de Isaac Rosa –escritor joven, sevillano de origen, extremeño de adopción, por señalar por medio de frases hechas algunos datos biográficos– se inicia antes de El vano ayer. Con anterioridad, había publicado ya, entre otros, la obra de teatro Adiós, muchachos, el relato El ruido del mundo, su primera novela, La malamemoria y, en colaboración con otros dos autores, el libro Kosovo. La coartada humanitaria. Algunos de esos títulos ponen ya de relieve que Isaac es un escritor que apela a la memoria, en primer lugar como auténtico ejercicio, casi como esfuerzo, ya que, como advierte en el prólogo de su primera novela, acaso la norma sea el olvido y el recuerdo la excepción, pero, al tiempo, como un ejercicio crítico, inconformista y consecuente, que ponga en duda verdades incuestionadas, tópicos y clichés, pero, ojo, no sólo esos que tratan de justificar, de alguna manera, el ayer represivo, dictatorial de este país, sino también los que, desde la misma izquierda, parecen quitarle hierro al asunto y que a veces pueden hacer creer –como advierte la cita de Nicolás Sartorius y Javier Alfaya con que se abre El vano ayer– «que militar en el antifranquismo fue hasta divertido», tópicos todos que, a fin de cuentas, han dado en generar una memoria más bien complaciente de esos años, la que se refleja, por ejemplo –según palabras del propio Isaac–, en «alguna serie de televisión que ha culminado la corrupción de la memoria histórica mediante su definitiva sustitución por una repugnante nostalgia».

3. Indisociable de este ejercicio crítico, coherente y esforzado de la memoria es el compromiso del escritor, un compromiso social y, por ello, necesariamente político stricto sensu, sin connotaciones ideológicas o dogmáticas, y que parte de la base de que –y cito de nuevo textualmente, esta vez del discurso de agradecimiento por la entrega del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos–, «el escritor en todo momento está comprometido con la representación crítica del mundo», de modo que escribir implica siempre una toma de partido, ya que incluso la aceptación complaciente de la realidad supone abogar por el discurso dominante. Se trata, pues, de que el escritor y la novela reflejen la sociedad y la realidad de su tiempo, incluidos los aspectos más oscuros, no de conformarse con una narrativa ligera y dulcificada que obvie los problemas del presente o se limite a suspenderlos, estereotipados y vacíos de contenido real, como telón de fondo de la trama. Es desde esta plena asunción del compromiso del escritor desde la que Isaac homenajea al Cortázar político, al Cortázar tan denostado, por ejemplo, de El libro de Manuel, bautizando al protagonista de El vano ayer con el nombre de Julio Denis, seudónimo con el que el autor argentino publicó su primer libro de poemas.

4. Memoria y compromiso son elementos que ponen de manifiesto la actitud crítica rigurosa de Isaac, que se ve reforzada, sobre todo en El vano ayer, por una hábil técnica narrativa que es, a mi parecer, una de las mayores virtudes del libro, y cuyo más logrado fruto es un discurso abierto y, por ello, enormemente crítico, que deja al lector un amplio margen de interpretación. La novela se construye apelando a un azar aparente –en una obra que nada tiene de azaroso– tanto en la elección en sí del argumento como en la de los personajes. Tras desplegar un jugoso abanico de posibles tramas novelescas, protagonizadas todas ellas por personajes secundarios, rescatados de los márgenes de la historia o la literatura, Isaac se decanta por la peripecia del profesor Julio Denis, expulsado del país por motivos no del todo claros durante la agitación universitaria de los sesenta, dejándonos la sensación de que, de haber optado por cualquier otra historia, el resultado hubiera sido similar, y lo hace a lo largo de unas páginas fascinantes en las que se revela capaz de escribir cualquier novela sobre el franquismo o, en definitiva, cualquier novela. Isaac actúa ante nuestros ojos como uno de esos prestidigitadores que juegan haciéndonos creer que van a descubrirnos el secreto de alguno de sus trucos y que lo van desgranando paso a paso mientras, con mirada atenta, analizamos metódicamente el proceso hasta que, sin previo aviso, descubrimos entre sorprendidos y avergonzados que delante de nuestras narices en algún momento ha brotado la magia. De ese mismo modo, Isaac pone al comienzo de la novela todas las cartas sobre la mesa, nos hace pasar a su cocina –la cocina del autor–, y lo acompañamos inocentes en su proceso creador hasta que, después de un puñado de páginas, caemos en la cuenta de que estamos del todo atrapados en la narración, que sigue fluyendo de manera incierta, abriendo multitud de posibilidades de interpretación que nadie que no sea el lector llega a cerrar. Ya en La malamemoria, Isaac nos incitaba a participar convirtiéndonos, por medio de una rotunda segunda persona del singular, en actores de la misma, en exploradores de una malamemoria que al final se revelaba como una memoria y una realidad terribles, nefandas, pavorosas.

En El vano ayer da un paso más y nos implica directamente no sólo en la elaboración del argumento, sino en su absoluta interpretación, mientras se especula, con magistral ironía, sobre los posibles motivos, las verosímiles circunstancias de la expatriación de Julio Denis y del destino incierto del estudiante André Sánchez, hasta llegar a un punto en que nos encontramos con que el drama y los personajes se han disuelto para siempre en las brumas del olvido, haciendo con ello una demostración irrefutable del efecto devastador de la desmemoria que nos lleva al fin a preguntarnos si Machado e Isaac no tendrán razón, si no será cierto que ese vano ayer ha engendrado un mañana –nuestro hoy– vacío y pasajero.
Juan Ramón Santos

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23 Lunes Ene 2006

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Mañana, martes, 24 de enero, nos visita Isaac Rosa.
Por la mañana, leerá y hablará en el Instituto Pérez Comendador y por la tarde, a las 20.00, en el Auditorio Santa Ana, para el público en general.
Os esperamos a todos, en una u otra convocatoria.

Realidades sin realismo

19 Jueves Ene 2006

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«Si alguna vez se consideró que la literatura tenía un valor de representación de su tiempo, eso quedó atrás. Dentro de varios siglos, un historiador, un arqueólogo, podrá hacerse una idea aproximada de los conflictos, intereses y actitudes del siglo XIX a través de un buen número de novelas de su tiempo. Sin embargo, poco podrá saberse sobre la realidad de nuestro tiempo a través de unas obras que presentan una visión dulcificada, aproblemática de nuestra convivencia. Pocas novelas conocemos donde el protagonista sufra el terror (pues muchas veces es terror) a su situación laboral, a no estar a la altura de lo que le exigen, a no promocionar, a ser despedido, a ser inútil. O un padre de familia que no llega a fin de mes, que le embargan la vivienda, que se endeuda con esas nuevas y sofisticadas formas de usura que se anuncian en televisión. Hay excepciones, por supuesto, autores que insisten en señalar la vergonzante desnudez del emperador, pero son pocos y minoritarios».
Fragmento del artículo de Isaac Rosa publicado en El Periódico Extremadura en mayo de 2005.

La malamemoria

18 Miércoles Ene 2006

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«Nadie sabe nada, nadie conoce o recuerda nada, y la ignorancia y el olvido permiten y fomentan la desidia de los válidos, la impunidad de los más callados criminales, el insulto de las víctimas, la muerte discreta de los notables, la ignominia de los héroes y el anonimato de los humildes, la gloria de los falsarios, la corrupción de los amantes y la muerte del sentimiento».
Isaac Rosa, La malamemoria, Del Oeste Ediciones, Badajoz, 1999.

Atención

17 Martes Ene 2006

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«Atención: la mecánica repetición narrativa, cinematográfica y televisiva de ciertas actitudes, roles o simples anécdotas descriptoras de un determinado fenómeno o período consigue convertir tales elementos en tópicos, más o menos afortunados chichés que, cuando son utilizados en relatos que no van más allá del paisajismo o el retrato de costumbres (dentro de un tránsito tranquilo por géneros habituales), provocan a la vez el malestar del lector inquieto y el sosiego del lector perezoso. Mientras éste se acomoda a unos esquemas que exigen poco esfuerzo y en el que reconoce a unos personajes bastante ocupados en conservar el estereotipo, el lector inquieto se desentiende con fastidio ante la enésima variación –pequeña variación, además– de un tema viejo, como una cansina representación de esa commedia dell´arte en que hemos convertido nuestro último siglo de historia, en la que los verdugos apenas asustan con sus antifaces bufonescos, inofensivos Polichinelas que mueven a la compasión o, por el contrario, crueles Matamoros cuya crueldad, basada en un complaciente concepto del mal (el mal como defecto innato, ajeno a dinámicas históricas o intereses económicos) logra que un solo árbol, el Árbol con mayúsculas, no permita ver lo poco que nos han dejado del bosque. De ahí el temblor del autor, que teme que el mero detalle de sus personajes sirva para esquematizarlos, para devaluar su dolor o invalidar su culpa, para convertirlos una vez más en tiernas marionetas que sólo entretienen. El temblor se vuelve epileptiforme cuando el autor se da cuenta de que deberá emplear determinadas palabras que, referidas al período llamado franquismo, la retórica ha convertido en lugar común, descargándolas. Palabras como represión, clandestinidad, régimen, comunista, célula, camarada. Y no sólo palabras, no sólo conceptos. También situaciones: porque para relatar la peripecia del profesor Julio Denis en la universidad madrileña de los años sesenta parece inevitable, en principio, cruzar territorios poblados por asambleas estudiantiles, manifestaciones disueltas por policías a caballo, calabozos húmedos, reparto de octavillas, homenajes a poetas andaluces, recitales de canción protesta, hijos de vencedores enfrentados a su herencia, agentes de la Social, cine-clubs; en fin, todos esos elementos que han sido adulterados por novelistas de guante de seda, cineastas industrializados y hasta alguna serie de televisión que ha culminado la corrupción de la memoria histórica mediante su definitiva sustitución por una repugnante nostalgia. Entiéndanse, pues, las pertinentes cautelas y disuasiones del prudente autor».
Isaac Rosa, El vano ayer, Seix Barral, Barcelona, 2004.

El vano ayer. Realidad, ficción

20 Martes Dic 2005

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(…) Ficción + Realidad = Ficción. ¿Hasta qué punto el autor ha pretendido hacer una novela de ficción y hasta qué punto ha sido una mera excusa para describir el escenario del Franquismo?

ISAAC ROSA: Hay un continuo juego de ficción y realidad, pero no, como ha dicho algún crítico despistado, porque pertenezca a esa moda de hacer ficción a partir de la realidad (moda ésta de la que en realidad me burlo al comienzo del libro). La novela, como género, no es unidireccional, y puede tener múltiples objetivos en un mismo texto. He querido indagar sobre el franquismo, más allá de lo descriptivo, pero también reflexionar sobre la construcción del discurso del franquismo en la ficción (…).

De la entrevista publicada en la página web Anika entre libros.

Discurso de agradecimiento

16 Viernes Dic 2005

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Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos
Discurso de Isaac Rosa, ganador de la XIV Edición
Caracas, 2 de agosto de 2005

                                              (…)

Una de las principales responsabilidades del autor tiene que ver con el lenguaje. Pocas cosas más políticas que el lenguaje. «El escritor», decía el propio Cortázar, «toma conciencia de las limitaciones lingüísticas, del hecho de que el lenguaje es una herencia recibida, una herencia pasiva en la que él no ha tenido ninguna intervención».
      El lenguaje, decía Cortázar, nos engaña prácticamente a cada palabra que decimos. «Empleamos un lenguaje completamente marginal en relación a cierto tipo de realidades más hondas, a las que quizás podríamos acceder si no nos dejáramos engañar por la facilidad con que el lenguaje todo lo explica o pretende explicarlo».      
El lenguaje está cargado, atiborrado de significados, más de los que podemos controlar, y acabamos siendo sus siervos, estando a su disposición, reproduciendo sus esquemas que son el cemento con el que esta sociedad resiste. El lenguaje como instrumento de dominación, como recurso de perpetuación de la situación dada.
      Algo de esta condición del lenguaje como instrumento de dominación saben los pueblos americanos. Porque la lengua española, que hoy nos permite entendernos y compartir una gran cultura, fue también, y durante mucho tiempo, expresión del Imperio, a la vez que instrumento de dominación, como hoy lo sería en otra medida el inglés. Eduardo Subirats ha afirmado las relaciones entre imperio y lengua, y cómo, en el caso de la conquista de América, la lengua se erigió en «sistema racional y, por tanto, principio constitutivo de la identidad, y las conciencias individuales y colectivas», es decir, «el corazón de la lógica de dominación gramatical».
      El lenguaje nos domina, y con él nos dominan, somos dominados. El lenguaje nos impide muchas veces formular rupturas, denunciar iniquidades, hacer inteligible proyectos. El lenguaje esconde, oculta mucho, casi más que lo que alumbra.
      El lenguaje es una trampa en la que caemos, a veces voluntariamente, otras a traición. Los grandes autores se proponen romper con ese lenguaje dominador, darle la vuelta, destruirlo para luego construir, y esa es también, o especialmente, una tarea política. Es lo que, en la literatura castellana, ha hecho un autor como Juan Goytisolo, que ha expuesto las costuras de la lengua como instrumento de la construcción de una identidad nacional levantada sobre siglos de barbarie.
                                              (…)

Puedes leer el discurso completo en la web de la Fundación Celarg

El vano ayer

14 Miércoles Dic 2005

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RICARDO SENABRE
EL CULTURAL – 17-23 AL JUNIO DE 2004

Siguiendo una tendencia reciente a mezclar historia y ficción –que ha producido éxitos editoriales como Soldados de Salamina–, el joven escritor sevillano Isaac Rosa plantea su novela El vano ayer como el desarrollo de unas vidas y unos hechos situados en la posguerra española y avalados por documentos y estudios que se recogen al final, como el apéndice bibliográfico de cualquier monografía histórica.
      Esta vuelta a los orígenes del género, cuando los primeros narradores de novelas proclamaban que sus historias se ajustaban a la verdad, ofrece, sin embargo, aspectos poco habituales en la narrativa reciente. En primer lugar, no existe un relato lineal, como cabía esperar del propósito de reconstruir la vida de un profesor universitario supuestamente represaliado al mismo tiempo que Aranguren, Tierno Galván, Montero Díaz y García Calvo. Hay, por el contrario, un proceso continuo de desconstrucción. El autor entra en el relato, apela al lector –o es interpelado por éste–, muestra los caminos posibles que podría seguir, da entrada a voces diversas y a versiones radicalmente distintas de los hechos –incluso utilizando en algún caso el artificio de las dos columnas paralelas y de contenido contradictorio, como ya ensayó Pérez de Ayala–, somete la materia narrativa a toda clase de vaivenes y parodias librescas y la sirve cuidadosamente desvertebrada (en rigor, la historia de El vano ayer no tiene principio ni fin), si bien establece nexos internos y correspondencias que ayudan a paliar los efectos de las epanalepsis y los enfoques cambiantes (véanse, entre otras, págs. 61 y 299, o bien 152 y 302-303). Es como si asistiéramos a un experimento análogo al de Gide en Les faux monnayeurs, actualizado y enriquecido por consideraciones implícitas acerca del carácter problemático de la verdad y de sus relaciones con la ficción, y donde el autor se ha valido, además, de mecanismos narrativos muy estudiados por la teoría literaria, como la perspectiva y el punto de vista que introducen un factor de incertidumbre en los hechos expuestos.(…)
Puedes leer la reseña completa en El Cultural.

Una novela necesaria

13 Martes Dic 2005

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IGNACIO ECHEVARRÍA
BABELIA – 12-06-2004
“Hay que reformular las preguntas, aunque se demoren las respuestas”, escribe Isaac Rosa al referirse a El vano ayer, novela en la que indaga con ironía y humor en los cuarenta años de dictadura franquista.

Isaac Rosa ha escrito la primera gran novela sobre el franquismo debida a un autor que no lo padeció directamente. Y había de ser un joven sevillano de apenas 30 años quien por fin llegara a poner algunos puntos sobre las íes y metiera un barrido a tanta chatarrería sentimental, a tanto docudrama nostálgico, a tanta memoria coloreada que de un tiempo a esta parte inunda este país con la pretensión, dicen, de hurgar en su historia reciente.
      Ni la Guerra Civil ni la transición: desdeñando el tirón narrativo del que se benefician en la actualidad una y otra, Isaac Rosa se adentra en el inmenso agujero negro que se abre entre las dos: esos cuarenta años de franquismo cuya negra sombra todavía hipoteca el presente. Y lo hace con la firme resolución de no dejarse embaucar por los discursos heredados.
      Se veía venir, todo hay que decirlo. Se le tenía ganas al asunto, por parte al menos de los más insumisos miembros comprendidos dentro de la ancha franja generacional que cabe agavillar bajo el rótulo de “los niños de la transición”. Pero los acercamientos a los largos años de la dictadura y -sobre todo- a sus postrimerías emprendidos hasta ahora por quienes cuentan en la actualidad menos de cuarenta años han solido echar mano del choteo más o menos gamberro para trazar una visión jocosa y, por así decirlo, chiripitifláutica del franquismo, que Guillem Martínez acertó a bautizar como Franquismo pop (tal fue el título bajo el que reunió, en un libro que pasó injustamente inadvertido, un puñado de textos que frecuentaban en su mayoría esta onda). (…)
Puedes leer la reseña completa en Babelia.

Isaac Rosa

12 Lunes Dic 2005

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Sevilla, 1974
Aunque nació en Sevilla, ha pasado la mayor parte de su vida en Badajoz. En la actualidad reside en Madrid. Ha publicado la obra de teatro Adiós muchachos (Premio Caja España de Teatro 1997), la narración El ruido del mundo (Premio Asociación de la Prensa de Badajoz 1998), el ensayo Kosovo. La coartada humanitaria (coautor junto a Aleksandar Vuksanovic, VOSA, 2001), y las novelas La malamemoria (Ediciones del Oeste, 2000) y El vano ayer (Seix Barral, 2004).
      Con su última novela, El vano ayer, ha conseguido el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, y los premios Ojo Crítico y Andalucía de la Crítica; además de quedar finalista del Premio Salambó y el Premio Ciudad de Barcelona. La novela ha tenido ya seis ediciones, y va a ser publicada próximamente en Francia y Alemania.
      Isaac leerá en Plasencia los días 24 y 25 de enero de 2006.

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