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Aula de Literatura J.A. Gabriel y Galán

Aula de Literatura J.A. Gabriel y Galán

Publicaciones de la categoría: Manuel Vilas

Presentación. Manuel Vilas

21 Jueves Ene 2016

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“Leche, cacao, avellanas y azúcar”. Con estos cuatro ingredientes y una pegadiza tonadilla los señores de Starlux decidieron publicitar en los ochenta la Nocilla, la célebre crema untable de cacao que habían inventando años atrás, a finales de los sesenta, tratando, al parecer, de realzar sus valores nutricionales y de que las madres dejaran de considerarla una simple y prescindible golosina. Dos décadas más tarde, esa marca, Nocilla, vendría a ser rescatada para dar también nombre a una nueva generación de jóvenes autores españoles -no sé si, como en el anuncio, fuertes, alegres y deportistas- que, según algunos críticos, venían a romper con la tradición, con lo que se venía entendiendo en este país por Literatura, y entre los que destacaban, entre otros, Vicente Luis Mora, Lolita Bosch, Eloy Fernández Porta, Javier Calvo, Agustín Fernández Mallo o el escritor que nos acompaña esta noche, Manuel Vilas.
Como el propio Vilas ha manifestado en más de una ocasión, cada vez que, de forma recurrente, se le pregunta por la así llamada generación Nocilla, aquello no fue más que un reclamo publicitario, un invento de la industria editorial para, a través de los suplementos literarios, crear polémica, mover el cotarro y vender libros, que es, después de todo, de lo que se trata. Buena muestra del carácter artificioso de la operación es el hecho de que, dejando aparte la coincidencia generacional, es decir, el haber nacido, aproximadamente, en los mismos años, no resulta fácil destacar cuatro ingredientes que, como los del anuncio de Nocilla, logren condensar toda la esencia de la nueva, impetuosa generación. No se puede dudar de la fuerte presencia, en sus obras, de la cultura pop y del uso de la fragmentación como forma de acercarse y retratar una realidad esencialmente compleja y fragmentada, pero más allá de estos dos primeros ingredientes es difícil, quizá, sumar muchas más coincidencias. Algunos han dicho que es común a todos la crítica al poder de la imagen y los media y la superación del concepto de las dos Españas -supongo que será así-, y otros han subrayado también, como característica, la interdisciplinaridad, aunque en este caso no estoy seguro de no sea sino una variante más de la fragmentación, una mera forma de seguir haciendo zapping desde los distintos géneros literarios. En definitiva, el fenómeno llamado Generación Nocilla consistió apenas -como viene defendiendo Manuel Vilas- en la llegada al panorama literario nacional de una hornada de escritores nuevos, jóvenes, nacidos en torno a los mismos años, y que, como casi podríamos decir que era su deber, se esforzaban por ofrecer a sus lectores su personal punto de vista sobre la realidad, una realidad que, por otra parte, y como es natural, había cambiado y que exigía, por ello, una nueva manera de abordarla por escrito. Por ello, después de todo, como suele suceder cuando se emplean las siempre artificiosas y pedagógicas etiquetas generacionales, al final lo que tenemos es un puñado de escritores individuales cuyos temas, obsesiones y formas de expresión debemos afrontar de manera independiente, que es lo que pretendemos hacer esta noche con Manuel Vilas.
Como hemos señalado, Vilas -que no sólo no pretende romper con la tradición española, sino que al reivindica por encima de otras influencias literarias más poderosas hoy en día- comparte con los otros miembros de su generación la importancia concedida a la cultura pop y el uso de la fragmentación como recurso expresivo. Por lo que respecta al pop, su presencia resulta necesaria en la obra de un autor que considera que “Elvis cambió el mundo tanto como pudo hacerlo Freud con el psicoanálisis”, y por ello no es raro que músicos como Lou Reed, Bob Dylan o Johnny Cash o grupos como los Who o los Rolling Stones aparezcan una y otra vez en sus poemas y en sus narraciones, como tampoco es raro que estos transcurran en mcdonald’s, en hoteles o al volante de un coche, en autopistas y carreteras secundarias, escenarios propios del pop y de muchas de sus ya míticas canciones. Si, por otra parte, nos referimos a la fragmentación, podríamos decir que es casi la forma natural de retratar un mundo complejo, a menudo inescrutable, siempre desconcertante y que cada vez conocemos de forma más superficial y fragmentaria, a golpe de mando a distancia o saltando de hipervínculo en hipervínculo.
El resultado, en narrativa, son libros a medio camino entre la novela y la colección de relatos en los que no hay un planteamiento, un nudo y un desenlace, sino un conjunto de textos dotados de una sutil coherencia interna, organizados en torno a una serie de temas que funcionan no ya como hilo conductor sino como puntos de atracción gravitatoria que otorgan una suerte de unidad flotante al conjunto, que puede adoptar luego la apariencia de una monografía o conjunto de actas de un presunto, disparatado congreso sobre la realidad de nuestro país, como es el caso de España -la novela, quizá, más celebrada de las publicadas hasta la fecha por Vilas-, o de recopilación de análisis clínicos de un no menos presunto psiquiatra, como sucede en su último libro, Setecientos millones de rinocerones. Las de Vilas no son, desde luego, novelas al uso. Siguen una deriva impredecible, muchas veces delirante, que me recuerda, en ocasiones, a las historias de César Aira o Sergio Pitol, no tiene inconveniente en introducir en sus relatos a personajes y escritores famosos como Luis Cernuda, Fidel Castro, José María Aznar o Juan Pablo II, que podrán interpretar su propio papel o, simplemente, dar nombre a un personaje cualquiera, con una vida y un carácter cualquiera, como tampoco tiene inconveniente en formar él mismo parte de ese elenco, multiplicándose en cantidad de individuos diferentes llamados Manuel Vilas, o en cambiar, dentro del mismo relato, sobre la marcha, el nombre o incluso el sexo de los protagonistas, como sucede en el fragmento titulado “Vacaciones”. Por todos estos motivos es frecuente que se le califique de experimentalista, aun cuando Vilas se considere realista. “Lo que pasa”, ha dicho en alguna ocasión, “es que la realidad se ha vuelto loca, y entonces es normal que la naturaleza que quiera reflejarla sea un poco loca. No vivimos en un mundo racional sino en uno inverosímil, de una profunda irrealidad, donde nadie sabe lo que está pasando ni lo que va a pasar”, y por eso es normal que en sus obras prescinda de recursos que podríamos llamar clásicos del quehacer literario, como son la coherencia o la verosimilitud, y lo hace sin que por ello salte por los aires la entera maquinaria del relato, algo que, a mi parecer, sólo resulta posible si el que escribe dispone, para atrapar al lector, para no dejárselo escapar por más vueltas caprichosas que dé su historia, de una prosa rotunda y vehemente como la que practica Manuel Vilas.
Pero además de prosista Manuel Vilas es, yo diría que antes y, quizás, que sobre todo, poeta. De hecho, lleva escribiendo y publicando poesía desde principios de los ochenta, aun cuando sus libros más celebrados sean los cinco últimos, El Cielo, Resurrección, Calor, Gran Vilas y El hundimiento, publicado el año pasado tras ganar el premio Generación del 27. Al respecto de este último, decía Luis Bagué Quílez en su reseña en Babelia, que en sus páginas “reaparece al completo el parque temático de Vilas: la memoria como desguace privado y vertedero público; los fotogramas de la España negra con Buñuel, Goya y Cervantes como santísima trinidad; los encuentros en hoteles de una noche, las melopeas a base de red, red wine, la aleación entre el sexo y la muerte, y las andanadas que cuestionan el legado de la Transición e indagan en las acequias del capital”, resumiendo así de manera acertada, en varias constelaciones, el universo poético de Manuel Vilas, un universo al que da unidad una peculiarísima voz poética, la de un individuo frío, hedonista y amoral, quizá también, a ratos, bipolar, capaz de protagonizar eufóricos, whitmanianos cantos a la vida y a sí mismo como los que pueblan su penúltimo poemario, Gran Vilas, o de expresar el más hondo y desesperanzado abatimiento como sucede en su última entrega, El hundimiento, un sujeto que escribe, en todo momento, con entera libertad, sin cortapisas, con una suerte de avasalladora suficiencia y ánimo de provocar, entendiendo la provocación como una forma de exploración, de plantearse, de forma honesta, los límites morales y estéticos de la existencia y utilizando la literatura, con una finalidad reconocidamente política, como medio para iluminar las zonas oscuras de nuestra sociedad. Sólo así se entienden versos como

¿Qué has hecho tú por mejorar el mundo? Yo te diré “nada,
has hecho nada”. Cuanto peor es el mundo mejor es mi poesía.
Me gusta que el mundo sea así, la casa del terror y del pecado

del poema “Nueva York”, en Resurrección, o la insultante indiferencia que su protagonista muestra a menudo hacia el que vive y sufre a su lado, en la playa o junto a su mesa en el McDonald’s, porque ponen de manifiesto el egoísmo absoluto, el hedonismo radical de la sociedad en la que vivimos, apenas ocultos bajo una hipócrita capa de piedad y corrección política, porque, por más que critiquemos el consumismo, y el capitalismo, y que nos apene la situación de los pobres, o de los refugiados, en el fondo sabemos, como ha afirmado Vilas en alguna entrevista, que en el capitalismo se está bien, y por eso, sintiéndolo aparentemente mucho por los pobres y los refugiados, no estamos dispuestos a cambiar de forma de vida.
En definitiva, merece la pena leer a Manuel Vilas, porque entre bromas y veras, entre delirios y provocaciones, sus narraciones y poemas dicen mucho sobre el mundo feroz, roto, fragmentado en que vivimos, por eso y porque, para qué engañarnos, uno se lo pasa en grande con su despiadado e impredecible sentido del humor, dicho lo cual, para que acaben de convencerse y, si no lo han leído aún, lo lean, les dejo con nuestro autor, Manuel Vilas, a quien Agustín Fernández Mallo, otro nocilla que pasó también por esta Aula hace ya algunos años, definió como el Tarantino de las letras españolas.

Juan Ramón SANTOS

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19 Martes Ene 2016

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Mañana miércoles, día 20 de enero, el Aula de Literatura “José Antonio Gabriel y Galán” cumple setenta autores con la visita del escritor Manuel Vilas.

Esa tarde, a las 20:00 horas, celebraremos la habitual lectura-conferencia en la Sala Verdugo para todo aquel que quiera asistir, y al día siguiente, el jueves, a las 12:30, visitará el IES Sierra de Santa Bárbara.

Os esperamos.

Lorca “Reloaded”

17 Domingo Ene 2016

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Federico García Lorca es por fin un espectáculo del siglo XXI, es nuestro Michel Jackson, o algo así. Necesitábamos encontrar la materia de que estaba hecho el poeta. Necesitábamos sus huesos, los huesos más amados de nuestra historia. Sin huesos, el cuerpo es ficción. El mito Lorca se agranda. Lorca nos alegra. Es nuestro hit internacional. Me fascina que no aparezcan sus huesos porque eso convierte a Lorca en una ilusión muy posmoderna, muy thriller, muy CSI. Pero amo los huesos de Lorca y quiero verlos antes de morirme.
Como muchos médiums profesionales saben, los espíritus de los muertos no perciben el transcurso de la Historia, se quedan en una inmovilidad alucinada y monolítica. Se quedan con lo último que vieron en vida, y esa última imagen se convierte en una obsesión, que martiriza una y otra vez sus cerebros de ultratumba. Cómo va a saber el fantasma de Lorca que ahora vienen a buscarle con buenísimas intenciones, con el ánimo de la redención y de la reparación. Que vienen a buscarle para darle un beso limpio, un beso democrático, un beso laico, un beso descomunalmente agradecido. Pero cómo se puede reparar el pasado, los muertos saben que el pasado es irredimible. El hecho es que vienen a buscarle de nuevo. En la tradición histórica española ya sabemos qué significa que vengan a buscarte. Alguien que pronuncia tu nombre (suele ser alguien de tu mismo pueblo) y dice “ah, aquí estás, eh, bien escondidito, pues te vas a enterar”, mientras esboza una
sonrisa que incluye la tortura, la humillación y la destrucción.

MUDANZA SERENA

Lorca no quiere volver a vernos, porque nos tiene miedo. Cómo decirle que ya no somos los de entonces. Cómo se le dice eso a un muerto cuyo corazón se paró un 18 de agosto de 1936. Lorca no ha visto nuestra mudanza serena, no supo ni quién ganó la Guerra, no sabe quién es Adolfo Suárez, no sabe quién es Juan Carlos I, no sabe quién es Rodríguez Zapatero, ni quién Paulina Rubio, no ha visto ninguna película de Almodóvar, no ha viajado en AVE. No sabe ni quién es Ian Gibson. Parece mentira que Lorca no sepa quién es Ian Gibson. Es que no quiere vernos. Estar

bajo tierra es lo mejor que le ha pasado. Veo a sus huesos recorrer la corteza terrestre de España intentando buscar un sitio imposible de excavar. La gran huida de un cadáver bajo la corteza terrestre, por el “underground” hispánico. Pasadizos bajo tierra que un montón de huesos helados recorren buscando una fosa impenetrable.

EL SITIO DEFINITIVO

Es muy posible que don Antonio Machado tampoco esté ya en Collioure. “Váyase de allí, don Antonio, vendrán de nuevo a por usted, no se conforman con una vez, eso sería demasiado compasivo, vienen de nuevo, por mí ya han venido una vez más, haga lo que yo, muévase bajo la tierra, oscile, fluctúe, viaje, peregrine, ni se le ocurra quedarse quieto, camine bajo los pasos de los vivos, no deje que le vuelvan a encontrar; una noche bajo los suelos de Granada, otra bajo los suelos de Sevilla, otra bajo los suelos de Madrid, de Barcelona, de Soria, y de todos los sitios imaginables, aunque hay uno que me parece el sitio definitivo”. “¿Quiere usted decir que vendrán otra vez a por mí? Pero amigo Federico, yo estoy en Francia, aquí no vendrán”. “Vendrán, el asesino siempre regresa al lugar del crimen”. “Y dígame, mi admirado y joven amigo Federico, ¿qué sitio cree usted que es seguro?”. “Tal vez los subterráneos de la Catedral de Santiago de Compostela, allí no se atreverán a hacer agujeros”.
Cuando decidan repatriar a España los restos de Antonio Machado desde Collioure y levanten la magna lápida encontrarán una tumba vacía. Bajo nuestro suelo, hay una salvaje peregrinación de cadáveres aterrados ante la posibilidad de que los vuelvan a encontrar. Tráfico de esqueletos bajo tierra. Cómo saber que los que vienen ahora son amigos. Cómo va a saber eso un cadáver de 1936. Cualquier día en el Metro de Madrid, en el Metro de Barcelona, o por qué no en el Metro de Nueva York, veremos dos entidades fantasmales (Lorca y Machado) o incluso tres (Lorca, Machado y Ruiz Alonso) buscando el sitio definitivo. Porque pronto irán también a por los restos de Ruiz Alonso, que está enterrado en Las Vegas, cerca de Elvis. Porque en toda esta historia veo yo la mano de Elvis Presley. O tal vez la mano de Hitchcock.

SILENCIO PERPETUO

El cadáver de Lorca en una mecedora, en su casa natal, devuelto a la familia un 19 de agosto de 1936 en un gesto compasivo de los militares fascistas que exigía a cambio silencio perpetuo. Daría mil euros por ver la escena de 1966 en que Manolo el Comunista está guiando por los parajes de Alfacar al primer científico guiri y honesto de nuestra historia reciente, y le dice “sí, sí, justo aquí, debajo de donde estamos, me acuerdo como si lo acabara de enterrar ahora mismito”.

Manuel VILAS, publicado en ABCD, 2 de enero de 2010.

Manuel Vilas en Tesis

14 Jueves Ene 2016

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La obra de Manuel Vilas constituye una suerte de compendio entre sus dos grandes pasiones: la música y la literatura. En su particular universo creativo, Cervantes y Kafka conviven en armonía con Lou Reed y Elvis Presley, conformando una particular mirada sobre la realidad. Una mirada que encuentra su materia narrativa en la observación de las dobleces y recovecos de lo cotidiano. Tras su paso por el Festival de Poesía de Málaga “Irreconciliables” organizado por el Centro Andaluz de las Letras, en el que colaboran la Universidad de Málaga y la Universidad Internacional de Andalucía, hoy en Tesis tendremos la oportunidad de conocer a este poeta y narrador de pluma implacable.

Para más información visita: http://www.cedecom.es/noticias/manuel…

Los borrachos

13 Miércoles Ene 2016

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Hermanos que habéis muerto en la gracia
del Gran Vilas,
que es la gracia del Santo Bebedor,
volveréis a beber.

Volveréis a beber, y mucho y bueno y gratis.

Somos los grandes bebedores,
espíritus en alta combustión
y en alta alegría transformados,
bebemos por todo.

Bebimos en todos los continentes.

Qué bien se bebe en África,
en medio de los safaris, en medio de la nada.
Y gritábamos de alegría y bailábamos desnudos,
desnudos frente a los leones deslumbrados
porque el alcoholismo es luz valiente,
es heroísmo
y es fe.

También bebimos de lujo en Asia,
montados en los santos elefantes,
en una mano la copa,
en la otra el látigo o la pistola o las flores o la botella.

Y qué decir de lo que acabamos bebiendo
en Europa y en América.
Miles de bares en donde nuestras manos
acariciaron a la Virgen de la reconciliación,
y hubo risas, y hubo amor
y hubo alguna forma de inmortalidad.

Los elegantes bares europeos
con camareros políglotas,
impecables, profesionales, sobrios.

¿Hay algún continente más?
Ya ni me acuerdo de si bebimos en el Polo Norte,
si los osos blancos nos vieron beber,
si invitamos a los pigmeos a unas copas frías.
Oh, divinos osos polares, tan blancos y enamorados,
bebimos con vosotros, a vuestra salud,
mientras el sol devoraba la nieve y el cambio
climático nos coronaba con espinas ardiendo.

Grandes bebedores,
volveréis a beber aunque estéis ya muertos.
Tened confianza.
Vuestra mano
volverá a sujetar el vaso de la vida.

Llegaba a los hoteles y asaltaba el minibar.

En las barras fui el César, pidiendo todo el whisky.

Amé a los camareros.

Glorifiqué a las camareras.

Nunca me marchaba de los bares.

Soy un borracho descomunal.

Soy un alcohólico clásico y moderno.

Hermanos que habéis muerto con la copa en la mano,
pedidle a San Vilas la última,
y San Vilas os la concederá,
porque os ama.

 

Manuel VILAS

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11 Lunes Ene 2016

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Quien me trajo al mundo se ha ido hoy el mundo.
Ella, que me llamaba a todas horas, para saber de mí.

Lo mal que la traté y lo mal que nos tratamos,
aun queriéndonos tanto; y lo poco que supiste de mi vida
en los últimos tiempos, ocultándote lo mal que me iba
en mi matrimonio y en todas partes
y tú sabiéndolo, porque, al fin, todo lo sabías,
me veías beber esos licores fuertes,
me veías esa sed tan rara, esa sed tan desconocida para ti,
que tanto te asustaba y tanto temías.

Ya nadie me llamará, tan obsesivamente, para saber
si estoy vivo y a quién le importará si estoy vivo o muerto;
yo te lo diré: a nadie.

De modo que el gran secreto era éste:
ya estoy completamente desamparado,
arrodillado
para la decapitación,
para el anhelado adiós de este cuerpo,
de esta existencia meramente social y vecinal que lleva mi nombre.

No volveré a ver nunca
tu número de teléfono en la pantalla
de mi teléfono móvil; tú, que te quejabas de que no tenías uno,
de que yo no te regalara uno,
te juro que no hubieras sabido hacerlo funcionar,
lo habrías tirado por la ventana,
como yo haré con el mío esta noche del supremo delirio.

Porque eras un número de teléfono, cincuenta años
en ese número encerrados: nueve siete cuatro, treinta y yno,
cero, cuatro, tres, nueve.
Márcalo ahora,
márcalo si tienes valor y te contestarán
todos los misterios inconmensurables: el tiempo y la nada,
la ira roja
de los peores huracanes celestiales,
la árida y blanca nada convertida
en una mano negra.

Daba igual dónde estuviera: podía estar en América o en Oriente,
tú llamabas, tú llamabas a tu hijo siempre
porque yo era Dios para ti, un Dios fuera de la ley,
poderoso y sagrado, lo único real y suficiente,
siempre tu hijo fuera de todo orden, siempre reinando,
porque todo cuanto yo hacía e hice recibió tu larga aprobación,
cuya moralidad no es de este mundo.

Sabedlo.
Tú, que me amabas hasta la desesperación.
Tú, que derramaste sangre por mí y por mi discutible y oscura vida,
llena de liturgias cuyo sentido tú desconocías,
y hacías bien, pues nada había que conocer, como finalmente
he acabado sabiendo,
igualado en ese conocimiento
al más sabio de los hombres.

Y ahora, otra vez camino del Crematorio,
como ya escribí en un poema con ese título,
en el que hablaba de tu marido, mi padre,
a quien también quemamos,
unos mil grados alcanzan esos hornos.

Mi gran padre, del que tú te enamoraste –vete a saber por qué–
en mil novecientos cincuenta y nueve,
y a quién demonios le importa ya sino a mí,
el que siempre os quiso tanto y os querrá hasta el último minuto del mundo.

Te di un beso en la santa frente helada
un domingo
por la mañana
de un veinticuatro de mayo del año dos mil catorce,
lloviendo,
en una primavera inesperadamente fría,
mientras una máquina sofisticada introducía tu caja barata
–mira que somos pobres– en el fuego final,
al que mi hermano y yo
te condujimos.

Sentí tu frente antigua y acabada en mis labios
antiguos y acabados,
pero aun conscientes de los míos;
los tuyos,
venturosamente, no.

Nunca pensé que el sentimiento final fuera este:
la envidia que me diste, la codicia de tu muerte,
codiciando tu muerte,
porque me dejabas aquí,
completamente solo
por primera vez
en nuestra larga historia de amor,
y solo para siempre.

Y recuerdo ahora a todas aquellas mujeres
que querían acostarse conmigo,
hacer el amor conmigo,
y eso acabó siendo mi vida,
cuando yo solo quería
estar contigo para siempre.

Vaya, mamá, no sabía que te quería tanto.
Tú sí que lo sabías, porque siempre lo supiste todo.

Qué bien que todo haya acabado,
en una culpable tarde de primavera
en donde comienza el mundo,
en donde para ti acaba el mundo,
en donde para mí ni acaba ni comienza
sino que persiste involuntariamente.

Qué bien este silencio omnipotente, aquí, en Barbastro,
donde fuimos madre e hijo, por los siglos de los siglos.

Aquí, en Barbastro, este sitio tan nuestro,
tan escuetamente nuestro: todo ocurrió aquí, en estas calles.

Todo lo recuerdo, y todo lo recordaré.

Te amo, finalmente.

Como no he amado a nadie: todas fueron tu réplica.

Ah, se me olvidaba: podrías haber dejado algo
para pagar tu entierro,
no sabes lo mal que me va y lo pobre que soy,
mira que fuiste manirrota y derrochadora,
y lo que vale
el ataúd más económico,
como dicen ellos, los caballeros dulces de la funeraria.

Mira que fuimos pobres y desgraciados tú y yo,
ma mère, en esta España de grandes hijosdeputa enriquecidos
hasta la abominación.
Y aun así, pobres como ratas tú y yo,
mantuvimos el tipo,
como dos enamorados.

Qué bien. Qué hermoso. Cuánto te quiero
o te quise, ya no sé, y a quién le importa,
desde luego no a la Historia de España,
nuestro país, si es que sabías cómo se llamaba
la solemne nada histórica en que vivimos papá, tú y yo.

Manuel VILAS, El hundimiento

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España en cursiva

09 Sábado Ene 2016

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Hace ya varios meses di noticia, en este mismo rincón de planVE, de mi primer acercamiento al gran Vilascon una breve reseña de sus libros Amor, Los inmortales y Setecientos millones de rinocerontes.

españa manuel vilaEn esta ocasión, sin embargo, va a ser Manuel Vilas quien se acerque a nosotros, pues visita Plasencia dentro de las actividades del Aula de Literatura “José Antonio Gabriel y Galán”, y para celebrarlo, y como anticipo de lo que podremos oír el miércoles, día 20 de enero, a las 20:00 horas, en la sesión abierta al público en la Sala Verdugo (al día siguiente visitará el IES Sierra de Santa Bárbara), vamos con una reseña de España, quizá su más célebre obra, publicada por la desaparecida DVD de la mano de Sergio Gaspar, y reeditada luego por Alfaguara y por Punto de Lectura en versión de bolsillo.

A la vista del título, uno podría pensar que esta novela -o libro de relatos, porque a caballo entre los dos géneros se mueve esta peculiar obra- trata, de algún modo, sobre España, pero a poco que el lector indague en su contenido enseguida se dará cuenta de que no es así, o de que, al menos, no es así de una forma clara y evidente. En una extensa nota a pie de página del texto “El esplendor en la hierba”, el autor menciona, de pasada, “ese libro llamado España y que trata deEspaña y no de España, que siempre se escapa”, lo que acaso pueda servirnos para tratar de encontrarle una explicación a algo que, en realidad, seguramente no la necesite. Así, los textos de “ese libro llamadoEspaña” girarían, aunque de una forma, por lo general, más bien circunstancial y caprichosa, en torno a la imagen que el autor tiene de nuestro país, una imagen, por otra parte, no limitada por las fronteras del territorio real en que se inspira, lo que nos debería quizás llevar a concluir que la España en cursivas de Manuel Vilas viene a ser el trasunto literario no solo de nuestro país, sino de la entera realidad, la visión puesta por escrito que Manuel Vilas tiene del Mundo, una visión absolutamente esperpéntica y caricaturesca cuyo resultado es un libro salvaje, corrosivo y, al menos para mí, absolutamente desternillante en muchas de sus páginas.

(…)

Si quieres leer más, visita la web de PlanVE.

La lluvia

07 Jueves Ene 2016

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Madrid, 22 de mayo de 2004

Vimos el Rolls del año 53 con las ruedas blancas
(mil kilómetros en cincuenta años)
en las teles de los bares del barrio del Actur de Zaragoza.
Sostenía en mi mano una copa de vino blanco fría
y ya hacía calor en España,
los hoteles del Mediterráneo estaban de limpieza general,
habitaciones abiertas con camareras esmeradas, esperando
la llegada de setecientos mil ingleses,
un millón de alemanes, cuatrocientos mil franceses,
cien mil suizos y cien mil belgas.
Estábamos con un vino blanco en la mano y los cuellos
levantados hacia el televisor.

No vino Isabel II de Inglaterra: Isabel II
sólo aceptaría ir a la boda del Rey de Francia
y, como en Francia no hay Rey, Isabel II
se queda en palacio para siempre, reclinada sobre el mundo.
Son los súbditos de Isabel II los que aman el sol de España
y la cerveza barata,
los que exhiben la bandera británica en las terrazas
frente al mar de sus habitaciones manchadas.

Crepusculares casas reales venidas
de los rincones más oxidados de la historia
el 22 de mayo de 2004 surgieron en la televisiones de España,
paises nórdicos, lejanos y prósperos, fríos, alejados
de este corazón inacabable.
Rouco Varela cantando la misa.
No vino el presidente de la República Francesa.
Los arzobispos, bicolores, felices.
El nombre de Dios dicho en voz alta muchas veces.
La terca obsesión en nombrar a Dios, nombrarlo
como quien nombra el poder, el dinero,
la resurrección, la guillotina, la cárcel, la exclavitud.

El emperador del mundo se quedó en América,
ajeno a los ritos menores de sus provincias.
Los enormes paraguas azules.
Levantarse a las seis de la mañana
para que te maquillen, te depilen, te hagan la manicura,
qué felicidad tan grande.
Los grandes desayunos, los cubiertos de plata, el vino
y las colonias bárbaras.
Las duchas gigantescas, las suites, los bombones suizos,
las zapatillas de oro, los eslips de platino,
el zumo de naranja con naranjas atroces.
El lujo y el servicio, siempre gente abriéndote la puertas.
La sonrisa permanente.
Los profesionales de la sonrisa permanente,
esa sonrisa representa el trabajo más inhóspito de la historia.
¿Sonreír? ¿Por qué?

Y Umbral, y Gala, y Bosé, y A., y J., y Ayala, y M.M.
entrando en la Almudena, recompensados, elegidos,
a la diestra colocados, los jefes de la inteligencia española,
de la subida española, de la gran crecida.
La gran subida, la gran ascensión.
Y los ciento noventa quemados vivos tuvieron su homenaje,
el absurdo pueblo mutilado, el goyesco pueblo
elemental y monárquico,
el Rolls pasó ante ellos.
Y el expresidente del gobierno bebió Rioja Reserva del 94,
todos los expresidentes de España, con su chaqué, y sus mujeres
en un segundo plano, protectoras, devoradas, confundidas
para siempre, pero felices de haber llegado allá,
allá lejos, allá donde el aire es de oro y la mano coge el mundo,
allá donde España entera quiso que estuviesen
y la legitimidad democrática es un fulgor definitivo.

Las pamelas iridiscentes, los yugos en la cabeza,
los yugos bajo el cielo oscuro.
Y José María Aznar y Jordi Pujol
y Felipe González, juntos de nuevo.
Y los tres se sintieron satisfechos viendo la obra bien hecha,
la sucesión de Franco, la mano europea, paternal,
sobre nuestras cabezas,
la sucesión de Franco, las mantillas del franquismo
metidas en los armarios,
chillando de envidia y respirando naftalina muy blanca.

Y Juan Carlos I cargando con España,
porque quién si no cargaría con España,
con la historia de España, el sello papal en el dedo meñique.
Y Zapatero con su Sonsoles, voluptuosa, sonriente,
su tipo le hubiera gustado a Baudelaire o a Julio Romero.
Sonsoles parecía un Delacroix:
la anatómica Libertad guiando al pueblo,
pamelas vistosas, el rito político,
la aburrida historia,
los pechos caídos.

Y socialistas y liberales y ultramontanos juntos,
la izquierda y la derecha maridadas,
las nóminas engrandecidas hasta la saciedad,
buscando lo mismo todos, un Delacroix parecía Sonsoles,
la nueva reina de España,
del reparto de los despachos, las glorias, los oros laicos.
Ateos convertidos bajo el fulgor de las pamelas,
creyentes con el billetero ateo.
El poder en todo tiempo siempre igual a sí mismo.
La historia humana en todo tiempo como ya fue hace tiempo.
El mismo tiempo siempre.
Repitiéndose la esencia de España, la esencia del mundo grande.

Y nosotros bebiendo en el Actur, al lado de las grúas y del Hipercor,
felices de que nos dejen beber este vino
frío en una copa medio limpia, felices
de poder pagar este vino y dos más.

Y la palidez privada de la reina Raina de Jordania.
Y la lluvia.

 

Manuel VILAS, Calor

Lago Michigan

05 Martes Ene 2016

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Tenía algo de pasta, unos miles de euros, casi cuatro mil. Miré ofertas de vuelos, quería irme simplemente, luego ya vería. De momento, me largaba. Decidí no hacer planes que excedieran el día. Es decir, veinticuatro horas. Más allá de veinticuatro horas no existían la vida ni el mundo. Eso me pareció una cosa sensata.

Vi un vuelo directo a Chicago; ah, vale, me voy a Chicago. Pagué con mi tarjeta de crédito. Hice una maleta con algo de ropa. No tenía alojamiento en Chicago, pero eso ya se vería luego. Cogí el autobús que lleva a la T4 de Barajas. Y durante el vuelo vi un par de películas absurdas y un documental sobre dos rinocerontes en peligro de extinción.

Me gustaba la idea de que estábamos cruzando el océano. Me quedé dormido. Soñé con esos dos rinocerontes que se estaban muriendo. Oía su furor agónico. Los dos últimos representantes de su raza.

Los dos últimos paquidermos.

Los dos últimos perisodáctilos.

El vuelo duraba nueve horas. Comí. Volaba con Iberia. No sé, ya estábamos llegando. Entonces vi desde la ventanilla del avión el lago Michigan. Y pensé que qué hacía allí tanta agua; daba la sensación de que más que un lago era un mar. No se sabía lo que era. Me obsesioné con ese lago.

¿Qué demonios hacía allí tanta agua, si no era un mar?

Sin duda, allí había un mensaje oculto que debería resolver en las próximas veinticuatro horas. Tenía que ser necesariamente en las próximas veinticuatro horas, porque mi vida ya ocurría en esos plazos.

No había facturado.

La policía estadounidense me retuvo en la aduana. Un policía gigantesco, obeso y con una nariz prominente me preguntó por Gabriel García Márquez al ver mi pasaporte español. Parecía un rinoceronte. Me dijo que Gabriel García Márquez había muerto. Yo le dije que no sabía quién era Gabriel García Márquez y que ignoraba por completo que hubiera fallecido; quiero decir que al no conocer a Gabriel García Márquez, el acontecimiento de su muerte no tenía significado para mí; si te dicen que se ha muerto una persona a la que no conoces de nada, naturalmente tu reacción ha de ser ninguna, ninguna reacción.

Como mucho una mueca triste de cortesía profesional con el asunto de la muerte: de modo que le di el pésame, pues me pareció que ese tal Gabriel García Márquez era familia del policía. Todo, obviamente, en un inglés británico impecable, que es una de las varias lenguas que hablo.

Le dije que yo solo conocía a un muerto, y este muerto era uno de los muertos más clásicos de España, pues entendí que estábamos hablando de muertos con nombres españoles.

Le dije que el único muerto al que recordaba era Rodrigo Díaz de Vivar. Esto ya se lo dije en un inglés con un salvaje acento jamaicano.

9788420403632El policía quiso sacarse el muerto de encima, dijo que no era de su familia, que a qué venía semejante conjetura. Le dije que por un momento había pensado que era su cuñado. El policía se ofendió; le parecía humillante que le adjudicase un muerto que no le correspondía. «Bueno —dije—, tú has empezado preguntando, qué quieres que te diga, yo he obrado de buena fe, he pensado que era un fallecido de tu familia, y de verdad que cuando te he dado el pésame lo he hecho con todo mi buen corazón y principalmente pensando en tus sobrinos, los hijos de tu cuñado Gabriel García Márquez; lo habéis tenido que pasar muy mal, comprendo que no te apetezca hablar de eso, pero lo que no entiendo es por qué me has preguntado si conocía a tu hermano, y a su hijo Gabriel García Márquez; la verdad es que la muerte de un hijo nos desangra el corazón».

De repente, le dije lo mismo en árabe clásico.

Me puse a hablar en árabe clásico con el policía.

Otra vez volvía a verlo como un rinoceronte, por eso le dije: «Alá no perdonará tu obesidad, porque es fruto de la molicie y de la falta de respeto a la santa vida que los cielos, en un momento de despiste, te dieron, oh, alma perdida en este trabajo de guardián de la entrada del lago Michigan. Has de saber, alma sagrada, que yo solo vengo a ver el lago Michigan».

Luego se lo traduje al inglés.

Luego al francés.

Me gusta mucho hablar francés en donde se supone que uno debe hablar inglés. Finalmente, me puse a hablar en italiano.

Todo esto, obviamente, me ocasionó pintorescos problemas con la policía de inmigración.

 

(…)

 

En Setecientos millones de rinocerontes

Cinco fantasías de Navidad

03 Domingo Ene 2016

Posted by aulaplasencia in Manuel Vilas, Sin categoría

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