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Aula de Literatura J.A. Gabriel y Galán

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Publicaciones de la categoría: Miguel D’Ors

Apocalypse now

05 Sábado Mar 2016

Posted by aulaplasencia in Miguel D'Ors

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Valeria Falcón, una mujer de nombre aéreo, espectacular, y aspecto endeble, anodino, cruzaba a buen paso la Puerta del Sol. Se dirigía, como todos los jueves sobre las siete de la tarde, hacia la casa de Ana Urrutia, una vieja actriz que, igual que Greta Garbo, supo retirarse antes del descascarillado del cutis y el deterioro de las fundas dentales, y consiguió que algunas veces el público de cierta edad se preguntara: «¿La Urrutia se ha muerto o aún vive?» Desde detrás del cristal de su terrario, Ana Urrutia, espesa Ana, aguardaba quizá el momento oportuno para renacer mientras Valeria, enérgicamente, clavó el tacón de una de sus botas en la rendija de un respiradero. Entonces comenzó el horror.

1449846655_001875_1449846726_noticia_normalConversaciones y motores de helicóptero. Jerigonzas. Cajas de cambio a punto de cascar. Los gallos de un predicador rumano y las confidencias de las putas. El borboteo de la carne en salsa y los politonos de los móviles. Cascabeles. El hilo musical –perreo, máquina, bacalao, melódico caribeño, abachatado, armonías industriales o música de anuncios…– que sale de las zapaterías y el vals de las olas que escapa, junto al olor a jabón, de las tiendas de perfumes. Pompitas. Valeria Falcón, entre el tumulto, se dio cuenta de que no hubiese logrado identificar el sonido de sus pasos sobre el pavimento y, aunque era una mujer joven y no una anciana enferma de Alzheimer que se ha escapado de la vigilancia de su cuidadora –«Una cuñada que nunca me quiso», la vieja se lo aclara a quien la quiera escuchar–, de repente, en el centro mismo de un centro del mundo, como la plaza Omonia, Tiananmen, el Zócalo, Trafalgar o Times Square, Yamaa el Fna, allí, Valeria Falcón, atrapada en la rendija del respiradero como un animal con la patita presa en la trampa, se sintió perdida. No reconocía lo que la rodeaba. Valeria sufrió un segundo de amnesia, desarraigo, desubicación. Un fundido a negro. Tuvo que pararse a pensar. Se preguntó quién era y hacia dónde se encaminaba. Recorrió circularmente con la mirada la Puerta del Sol, sin moverse del punto exacto en el que se había quedado clavada como aguja de compás. Paralítica de cintura para abajo.

Todo empezó a dar vueltas en torno a Valeria Falcón, que archivó en sus retinas: un autobús para la donación de sangre, los donantes abren y cierran la mano tendidos en sus camillas de escay, son altruistas que pesan más de cincuenta kilos, buenas personas que no cobran por regalar sus tuétanos. España es un país pionero y campeón en la donación de órganos y en los guisos preparados con entresijos, bofes y riñones de corderito. Valeria, inmóvil en mitad de la plaza, anotó mentalmente: illuminati sin estudios superiores, gente que sabe porque se lo ha enseñado la vida, profetas que hablan español con lengua de trapo y que no están corrompidos por el conocimiento de la universidad ni de las academias de educación a distancia, adoradores de Dios padre, en torno a los que se arremolina cada vez más público. La Puerta del Sol, anocheciendo, comienza a parecer una película rodada en los Estados Unidos. Valeria rotó sobre su eje y sacó polaroids cerebrales de: un campamento hecho con cartones y lonetas que se mueven con el viento del norte, damnificados con pancartas, un damnificado y un manifestante no son términos sinónimos aunque puedan confluir en alguna coordenada del espacio y del tiempo, trabajos manuales, un palo y una cartulina, caligrafía de párvulo que no pone mucho interés en completar sus planillas, palote, palote, palote cruzado, caligrafía no muy experta, desacostumbrada, «Los bancos nos roban», «Delincuentes», «Devolvednos lo nuestro», «Estafa institucional», «Todos, todos, todos son iguales» –no habla una mujer engañada por su esposo–, «¡Robin Hood!, ¿dónde te has metido?», «Danos el pan, mas líbranos del mal, amén» –no habla un creyente–. Valeria disparó otras vertiginosas fotografías en blanco y negro; sus pupilas hicieron clic, clic: los mendigos se sonríen y apuran sus tetra briks de morapio, seres deformes subrayan su deformidad con gran destreza y piden con un vasito, dan lástima y repelús, irritantes, súcubos, íncubos, amenazadores, la pierna dentro de los hierros se va retorciendo varios grados por segundo y el ojo se sale cada vez más de su órbita…

Valeria registró incluso las visiones que se le habían quedado prendidas al rabillo del ojo mientras bajaba por la calle Montera: hombres anuncio compran y venden oro y otros minerales para fabricar dientes falsos, anunciantes de casas de empeño con chalecos color amarillo o naranja flúor –¿por qué?, ¿por qué?, ¡este lugar sólo es para peatones!–, repartidores de publicidad –las tres últimas categorías, hombres anuncio, anunciantes, repartidores de publicidad, son la misma–, loteros y loteras, policías con perros pastores dispuestos a morder, policías secreta disfrazados de chavalitos hippies o modernos como si Serpico no hubiese pasado a la historia, vendedores ambulantes de objetos voladores, cosas moradas, libélulas cutres, que se lanzan al aire, vuelan un segundo, brillan y vuelven a caer al suelo, casas de apuestas y tiendas de souvenirs con camisetas blancas de futbolistas a los que les brilla el torso depilado como si se embadurnaran de aceite, grimosos: al cogerlos entre las manos seguro que se resbalan como una trucha.

Valeria estuvo a punto de morir de una sobredosis de esos fogonazos que provocan ataques epilépticos en la pista de baile de la disco. Pero siguió acumulando flashes: curiosos buscan el mítico anuncio de Tío Pepe o la horrenda estatua del oso y el madroño, y encuentran ópticas, ópticas y ópticas por todas partes, el boom de las ópticas para ver ¿el qué?, putas rezagadas de la calle Montera se comen un plátano subidas en botas de plataforma, muslos prietos dentro de medias de licra, faldas cinturón, chicas muy guapas, eslavas, africanas, de Valdemorillo, de Pinto, de Valdepeñas o Coimbra, otras rebañan los restos de tomate de un tupperware a la entrada de un portal y de postre fuman un cigarro, turistas japoneses fotografían con sus teléfonos inteligentes –smartphones– escaparates de tiendas de telefonía móvil –hay algo de mortuorio déjà vu en el gesto, la foto y la repetición, la telefonía dentro de la telefonía…–, algunos se limpian la boca tras salir de un dispensario de hamburguesas o un buffet libre, casi libre, «Coma todo lo que pueda por nueve noventa y cinco», qué asco, desperdigadas visiones, desubicadas, adolescentes mascan chicle, chupan caramelos, besan con lengua, lamen polos, tienen siempre la boca ocupada, fuera de servicio, adolescentes comen pipas y echan las cáscaras sobre el kilómetro cero, estatuas vivientes cambian de postura al oír el tilín de una moneda de veinte céntimos contra el platillo, Minnie Mouse –chivata de la policía– posa obscenamente para que la fotografíen, precipitados transeúntes se miran los pies y bajan a coger el metro o un tren de cercanías en el intercambiador de Sol.

«Es el apocalipsis now», pensó Valeria, que, mareada en el vórtice del sumidero, sacó el tacón de la rendija con un contundente golpe de pierna y reanudó la marcha, apretando el paso y subiéndose el cuello del anorak porque estaba helada de frío y ya llegaba tarde.

Demasiado tarde.

Marta SANZ, Farándula

 

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Presentación de Miguel d’Ors

24 Lunes Feb 2014

Posted by aulaplasencia in Miguel D'Ors

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Como puede que haya dicho en alguna otra ocasión -entre autores y libros uno lleva hechas no pocas presentaciones y cada vez teme más repetirse-, me incomoda el uso del sustantivo «creación», o del verbo «crear», cuando se habla de Literatura. Me parece inadecuado, de entrada, porque la obra literaria no surge por las buenas, de la nada, ya que el escritor, cuando escribe, lo hace utilizando una materia, la lengua, que no ha inventado él, sino que es fruto de la inagotable actividad de los hablantes a lo largo de los siglos, y porque lo hace, además, en constante diálogo con una tradición literaria que, obviamente, ya existía antes de que a él se le antojase sentarse a garabatear en un papel en blanco o a llenar de palabras un nuevo documento de Word. «Crear», en el estricto sentido de hacer brotar de la nada, es atributo estrictamente divino, y los hombres -entre ellos los escritores, por más que a alguno le pueda pesar- a lo más que llegamos es a «hacer», no a «crear». Pero no es una especie de escrúpulo teológico, o de temor de Dios, el que hace que expresiones como «creación literaria» o «el creador de novelas como» me incomoden incluso en sentido figurado. Supongo que el motivo, más bien, es que me irritan la exageración, la impostura y la pose, y eso hace que, cuando se habla de escribir, me estomague cualquier intento de divinizar el quehacer literario. Pienso más bien, como dice Rafael Reig, que «al fin y al cabo, la literatura no es más que un tipo que está en su casa y se pone a escribir en pijama» para que al final otro señor en pijama lea lo escrito en su propia casa, y, aunque soy consciente de que una de las virtudes de la Literatura es la de elevarnos por encima de nuestras posibilidades, de nuestras humanas limitaciones, creo que no por eso hace falta ponerse estupendos, y que conviene no olvidar lo que al fin y al cabo somos todos, los unos y los otros, lectores y escritores: gente en pijama.
Con estos tan poco elevados antecedentes, comprenderán ustedes que un poeta como Miguel d’Ors que, al dirigirse en un soneto a su tatarabuelo Francisco Lois, carpintero en Paraños (Pontevedra), le confiesa humildemente, hablándole de usted en un tercerto,

(…) que mi empeño trabajando el verso,
si se sabe mirar, no es tan diverso
del suyo trabajando la madera,

no podía sino despertar todas mis simpatías, por poner las cosas en sus sitio y por utilizar, además, un símil, el de la carpintería, que siempre me ha resultado especialmente querido. En este sentido, Miguel d’Ors ya había advertido, en el epílogo de la antología Punto y aparte, que «poetizar tiene algo que ver con pensar mediante imágenes, manejar las connotaciones de cada adjetivo, cada verbo y cada nombre, adjuntar al sustantivo un calificativo que lo haga como aparecer ante los ojos del lector, desplazar ligeramente un acento hacia aquí o hacia allá, perpetrar aliteraciones, dar tormento a la gramática para obligarla a cantar, urdir el hechizo de los paralelismos y las enumeraciones, apagar el tono o levantarlo cuando es conveniente o entablar un diálogo latente con otros poetas. Cosas que, como se ve, pertenecen, más que a la Poética, a la artesanía».
Pero no es sólo esta concepción artesanal de la poesía la que despierta mis simpatías por Miguel d’Ors, sino también que el autor se nos presente en sus poemas como -permítanme de nuevo la expresión- un «hombre en pijama», es decir, un ser humano vulnerable, de carne y hueso, alguien consciente de sus limitaciones, aferrado a unas cuantas certezas y a muchas incertidumbres, que ha descubierto que la vida acaba siendo mucho menos de lo que cabía esperar pero que, al mismo tiempo, es capaz de encontrar en ella hueco para la felicidad, un hombre, a fin de cuentas, como cualquiera de nosotros, sus lectores. Pero veamos esto poco a poco. Comencemos de forma ordenada, por el principio.
La evocación de la infancia como un tiempo esencialmente feliz, lleno de sueños y esperanzas, en contraposición a una edad adulta triste, gris y, en buena medida, frustrada, es un tema recurrente en la poesía de Miguel d’Ors.

Sólo cerrar los ojos y allí estaban
la «Kon-Tiki», los sioux, Mowgli, Hillary y Tensing,
sequoias y pirañas (…)

comienza diciendo el poema «Se está apagando el fuego», en el que, como en otros de su producción, podemos acercarnos a los mitos y a los sueños de su niñez, una niñez llena de películas, libros de aventuras y hazañas de exploradores, pero ligada también a unos paisajes y unos lugares que más tarde el poeta evocará de forma repetida en su obra como hitos de un territorio esencialmente feliz, en parte perdido, entre ellos el monte Coirego, el río Almofrey, las carballerias de Cotobade o el Bar «Savoy», de Pontevedra, «donde -como dice en el poema «Testigos»- tantos / helados de turrón tomó mi infancia».
En esta evocación emocionada de la niñez aparece también con cierta frecuencia la figura bondadosa de sus abuelos, en poemas como «Los abuelos», «Era el abuelo», o el ya mencionado «Testigos», donde retrata a su abuela «preguntando los precios de las vacas» en la feria de Cuspedriños. Destaco este aspecto porque, más allá de la anécdota, la referencia a los antepasados -podríamos decir, incluso, a «lo antepasado»- es otro elemento recurrente en la obra del poeta, que se presenta en sus versos como estación de paso, como lugar de llegada de una larga cadena de vidas, peripecias y casualidades -muchas de las cuales hace explícitas en el poema «En mí», de Sociedad limitada- y, a la vez, punto de partida hacia vidas futuras, las de sus nietos, por ejemplo, que también protagonizan varios de sus poemas.
Como decíamos, frente a la evocación alegre y luminosa de la infancia, la edad adulta se presenta en la obra de Miguel d’Ors como una etapa triste, gris, en buena medida frustrada.

Ser hombre es este frío, y un gesto de ceniza,
y ser un no y un nunca, y un azul abatido

dice en el poema «Retornos», y en «The end», dando por cancelados los años-technicolor de la infancia, concluye:

Esto es la vida. Inútil
que te cuentes mentiras:
no sonará, borrosa, una trompeta
aliada. No llegará John Wayne
con el Séptimo de Caballería.

Da la impresión, enlazando con lo anterior, de que, junto a los sueños incumplidos de la infancia, es la clara conciencia del pasado, de todo lo que ha tenido que suceder para que el poeta esté en este mundo y sea quien es, la que da pie, en buena medida, al sentimiento de fracaso del autor, a la sensación de no haber cumplido las expectativas, y de ser, como concluyen los versos de «Poeta», en Átomos y galaxias,

uno, vaya por Dios,
del que esperaban mucho
y quedó en miguel d’ors

un «miguel d’ors» escrito en minúsculas, en unas minúsculas cargadas de un irónico -aunque, a veces, también tierno- desprecio que sirven para degradar el nombre propio y rebajarlo a la condición de nombre común, lo que le permite al Miguel d’Ors con mayúsculas -quien quiera que sea- tomar distancia de sí mismo y entablar, en una interesantísima serie de poemas que salpica toda su producción, un ingenioso y sarcástico diálogo con el otro, con su otro yo, el intruso, el individuo de carne y hueso, sujeto -como dice en el poema «Reproche a Miguel d’Ors»- a un horario y un escalafón, al que culpa de haber traicionado, junto con los sueños de la infancia, las expectativas de padres, abuelos y antepasados.
Pero este Miguel d’Ors que alguna vez soñó con ser otro, con ser un yanomani o un aguerrido vaquero de Wyoming, y que tantas veces se lamenta y se culpa de ser -como afirma literalmente en alguna ocasión- el «fracaso perfecto», es un tipo lúcido, realista, con los pies en el suelo, que sabe, como dice en «Contraste», que los otros, aquéllos a quienes sonríe el éxito, no son felices, como tampoco lo es él, y que si estuviese en Wyoming y fuese «lunes y lluvia, como siempre», sus sueños estarían en otra parte, y que si fuese un yanomani y viviese «en paz con los vecinos y las lluvias» y fecundase a su «fiel india bajo / la mirada propicia de los astros», ninguna de esas cosas tendría para él el menor atractivo, pues d’Ors sabe bien que la vocación natural del hombre común, de ese hombre en pijama que somos todos, es la insatisfacción, y sabe también, como nos revela en su poema «Mis aventuras de Jeremiah Johnson», que «explorar, luchar, tener miedo, subir, / caer, vencer, defenderse de los ataques indios», lances de esa vida de aventuras que alguna vez pobló sus sueños, es lo que, a fin de cuentas, no ha dejado de hacer en toda su vida de «padre de familia / y funcionario», y que esa gris vida cotidiana en la que al final nos vemos envueltos es toda una aventura que exige de nosotros el mayor de los corajes.
Sin embargo, y a pesar de lo que diga, Miguel d’Ors no es siempre el tipo ceniciento y anodino que insiste en retratar en sus poemas. No es raro, por ejemplo, que de cuando en cuando desenfunde sus pistolas -que disparan versos, no se asusten- y arremeta contra el status literario -como sucede en «Gradus ad Parnasum»-, contra la sociedad de consumo -como en «Made in Pakistan»- o contra la sociedad, a secas -como en «Los placeres prohibidos»-, como tampoco resulta raro, y además es frecuente, que, dejando a un lado libros y poemas, se calce sus botas y salga a recorrer el monte, que es donde sale a la luz, como en ninguna otra parte, su vocación íntima de hombre de acción, y buen ejemplo de ello es una noticia del diario ABC de mayo de 1991 en la que se narra cómo este poeta montañero anduvo perdido tres días en los riscos de Sierra Nevada, a dieciocho grados bajo cero, y cómo para sobrevivir tuvo que reforzar sus ropas de abrigo con ramas secas y hierbas y comer y beber lo que buenamente pudo, convertido en héroe a fuerza de necesidad, en un héroe, dicho sea de paso, que -según dice la noticia- pasó la primera de sus noches de extravío «en un árbol, cantando, rezando y recitando “El Polifemo” de Góngora», lo que demuestra, en una situación sin duda extrema, que la poesía salvar, no salva, pero, al menos, nos da consuelo.
Y, ya para ir terminando, si esto es así, si una de las virtudes de la poesía es dar consuelo, ¿qué consuelo podemos encontrar en la poesía de Miguel d’Ors? Pues bien, aparte de ese consuelo de tontos que nos da el saber que todos sufrimos los mismos males, la misma inseguridad, la misma insatisfacción permanente, lo que, en buena medida, la poesía de Miguel d’Ors nos trasmite es que el mundo, que a menudo nos parece tan horrible, está plagado de belleza, de lugares hermosos como los que nos regala con generosidad en su «Pequeño testamento», y que la felicidad, que nos obstinamos en escribir con mayúsculas, volviéndola inalcanzable, es un misterio cotidiano, repartido en de multitud de momentos breves, intensos, fugitivos a los que hay que estar muy atentos, porque la felicidad, que es caprichosa, puede esconderse en una excursión al monte para coger níscalos, o en una tarde de agosto, mientras empujas a tu nieto en un columpio, o en una cena de aniversario a base de patatas fritas y tomate de tetrabrik, y, si no estamos atentos, se nos puede escurrir entre los dedos sin que nos demos cuenta.
Dicho lo cual, y ahora, sí, termino, sólo me queda invitarles a que disfruten de la lectura de Miguel D’Ors y a que luego, cuando regresen a casa, se cambien de ropa, se pongan sus pijamas y se sienten a disfrutar, calentitos, de los magníficos poemas de este cuadernillo número sesenta y tres del Aula de Literatura.

63

17 Lunes Feb 2014

Posted by aulaplasencia in Miguel D'Ors

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Esta semana nos visita el poeta Miguel d’Ors.

Mañana, martes, 18, a las 20:00 horas, celebrará la habitual lectura-conferencia en la Sala Verdugo (antigua Aula de Cultura de Caja Extremadura) dirigida al público en general, y el miércoles, día 19, a las 12:30, tendrá un encuentro con alumnos de los centros de bachillerato de la ciudad en el IES Valle del Jerte.

Os esperamos.

PO-8761-BJ

16 Domingo Feb 2014

Posted by aulaplasencia in Miguel D'Ors

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Ya no puedes más… Llegó
la hora de la despedida.
«Cómo se pasa la vida…»
Pronto caeré también yo.

Pero ahora que tú te quedas,
unos trozos de mi historia
-kilómetros de memoria-
quedan también en tus ruedas

No voy a olvidarte. Espero
que no se ofenda el Buen Dios
si al entregarte al desguace,

incansable compañero,
acompaño yo mi adiós
con un Requiescat in pace.

2-IV-11

(De Átomos y galaxias)

Vida nueva

14 Viernes Feb 2014

Posted by aulaplasencia in Miguel D'Ors

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1 de enero. El mirlo de mi barrio
amanece cantando la misma partitura
de todas las mañanas.
Y el tonto que hay en mí piensa: «Infeliz, no sabe
que esta mañana es la del Año Nuevo».

(Calle arriba, con voz de piedra pómez,
Los Reyes De La Fiesta vuelven deslavazados,
todo -corbata, pelos serpentinas,
rímel y cucuruchos- fuera de sitio y mustio).

Y el listo que hay en mí piensa a su vez:
«Infeliz miguel d’ors: está pensando
que su mirlo no sabe
que esta mañana es algo extraordinario
-empieza un año nuevo-, y es él el que no entiende
el verdadero calendario; es él
el tonto que no sabe lo que sí sabe el mirlo:
que todas las mañanas
comienza un año nuevo y cada día
es algo de verdad extraordinario».

Poyo, 1-I-10

(En Sociedad limitada)

Final para un poema asonantado sobre la situación del poeta en la sociedad moderna. Se titulará «Un enigma de la oftalmología»; empezará exponiendo, en tono entre científico, patético y jocoso, cómo los globos oculares de las rubias, por razones

12 Miércoles Feb 2014

Posted by aulaplasencia in Miguel D'Ors

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POR RAZONES QUE ESCAPAN A LA CIENCIA, TIENEN UNA EXTRAÑA INCAPACIDAD PARA PERCIBIR LA IMAGEN DE LOS POETAS; CONTINUARÁ INVITANDO AL COLEGA INCRÉDULO A VERIFICARLO EMPÍRICAMENTE POR SÍ MISMO Y ACABARÁ COMO SIGUE

Comprobarás, hermano, de inmediato
que ella verá la silla, la lámpara, la puerta;
verá sin duda alguna al bosquimano
con yate que se encuentra a tu derecha,
y hasta verá al político cretino
(valga la redundancia) que se sienta
-atención al detalle- exactamente
detrás de ti
(¡oh rara transparencia!).
En resumen: verá todas las cosas
visibles, y no digo que no vea
incluso algunas invisibles, pero
lo que es de ti, ni la menor idea.

Tan negro es el camino
que este mundo destina a los poetas.

15/16-IV-93

(De La imagen de su cara)

Cosas que no soporto en un poema

10 Lunes Feb 2014

Posted by aulaplasencia in Miguel D'Ors

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Que suceda en Lisboa.
Que se proponga ser original.
Que hable de los dorados cuerpos de los etcétera.
Que diga Espacio o Punto (e incluso sin mayúsculas).
Que lleve algún versito
metido para adentro, o abuse del azul.
Que las manías de Cernuda emule.
Que le pueda gustar a Octavio Paz.
Que esté escrito en Valencia.
Que sea mío.

6-IX-90

(De La imagen de su cara)

Cuando estés en Wyoming

08 Sábado Feb 2014

Posted by aulaplasencia in Miguel D'Ors

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Cuando estés en Wyoming por fin, y como siempre
despiertes -en Cheyenne o en Buffalo- y sea lunes
y lluvia, como siempre,
y vuelvas a encontrarte en el espejo,
como siempre, a ese pobre
diablo que no puede soportarte,
y deberes, hastío, soledad y fracasos
hayan urdido en torno a ti otra jaula
de sombra como ésta;
cuando no tengas más remedio que admitir
que allí también está la vida, esta miseria,
y que los Brown, los Fox y los McKinley
tienen también por dentro
eso tan infrahumano que es un hombre;
cuando, en definitiva, Wyoming sólo sea
el nombre desabrido
de la maldita realidad,
entonces
a ver qué territorio de esperanza te inventas,
a ver con qué palabras escribes los poemas
que hoy escribes soñando con Wyoming.

6-X-88

(De La música extremada)

Radiografía

06 Jueves Feb 2014

Posted by aulaplasencia in Miguel D'Ors

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Por gallego esta lluvia
oscura murmurándome en el alma.
Por d’Ors la habilidad para el fracaso.
Por Navarra esta forma
de agarrar las preguntas por los cuernos.
Por lo visto poeta.

Y además ciudadano de las nieves
sin nombre, tiernamente amargo como
los cortos de Charlot,
eterno partidario de los ciento volando,
católico a pesar de ser católico,
inesperado como los viejos Blanco y Negro,
Salicio juntamente y Nemoroso,
Al margen, reaccionario progresista, extranjero
crónico, capricrónico. Distinto a este poema.

12-X-84

(En Curso superior de ignorancia)

Miguel d’Ors: Carpintería y no sé qué

04 Martes Feb 2014

Posted by aulaplasencia in José Luis García Martín, Miguel D'Ors

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José Luis García Martín escribe sobre Átomos y galaxias, de Miguel d’Ors:

(…) El mejor Miguel d’Ors está en estas páginas, que no quieren ser novedosas, pero que lo son de la más auténtica manera. Cierto que se trata de la obra de un minucioso artesano, que el libro ha sido escrito por alguien que conoce a la perfección su oficio y que quiere demostrar que la versificación tradicional -hay sonetos, décimas, romances, pareados alejandrinos de resonancia modernista- está lejos de haber agotado sus posibilidades. (…)

Miguel d’Ors es un poeta paradójico. Nada le gusta más que darle la vuelta a un tema muy manido, que llenar de sorpresas e inventiva un lenguaje aparentemente prosaico y conversacional. La técnica, el artificio retórico está siempre en él al servicio de la emoción. O del humor.
Sabe que no es posible ser sublime sin interrupción, y por eso de vez en cuando rebaja el tono y se permite alguna broma. (…)
¿Arte menor en muchos casos? Ciertamente, pero también poesía mayor. Sin ninguno asomo de decadencia, Miguel d’Ors es en este libro más Miguel d’Ors que nunca. Hace lo mismo de siempre, pero nos sigue asombrando y emocionando como la primera vez. Hace lo mismo, pero cada vez mejor.

(Puedes leer la reseña completa en Crisis de papel, el blog de lecturas de José Luis García Martín.

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